Crónica de un encierro anunciado por Martina Gaggero
Crónica de un
encierro anunciado
Recordé mi etapa adolescente que tanto adolecí, pero de la que tantos aprendizajes me llevo. Un momento desafiante, donde prevalecen las preguntas y los cambios. Una transición de la niñez a la adultez, el espacio limítrofe donde sucede un doble juego constante: madurez e inmadurez, crecimiento y regresión, felicidad y angustia, dudas y curiosidades, certezas e incertidumbres. Un periodo caracterizado por la presencia de dificultades en la toma de decisiones, una etapa de reorientación y búsqueda de nuevos significados donde se exploran los propios límites y se redefine la identidad. Las presiones sociales, la lucha contra uno mismo, la vulnerabilidad camuflada, la inestabilidad emocional. Creer que uno se come el mundo y el mundo comiéndose a uno.
La adolescencia no sólo son cambios físicos, sino también psicológicos y sociales donde se reajusta la imagen que teníamos de nosotros mismos, el lugar que ocupamos en la familia y en el mundo. Pasamos de la disciplina a la autodisciplina, de las obediencias a las responsabilidades, de someterse a determinaciones ajenas a tener en cuenta nuestras propias elecciones.
Durante esta época de la vida se completa el desarrollo físico y se alcanzan las instancias psicosociales necesarias como adquirir una independencia respecto a los padres, tomar conciencia de la imagen corporal, elegir las relaciones, adoptar estilos de vida, y establecer una identidad sexual, vocacional, ética y moral. La adolescencia si bien es un periodo de encontrarse con uno mismo, también es un momento muy problemático (tiene lugar una serie de cambios que son decisivos a diferentes niveles). Tuve la oportunidad de hablar con psicólogos y operadores terapéuticos sobre esta crónica que proyectaba realizar y me han contado que tienen muchas consultas en adolescentes debido a problemas de salud que son consecuencia de comportamientos y hábitos que se inician a esta edad como consumo de tabaco, alcohol y drogas, infecciones de transmisión sexual, problemas escolares, familiares y de salud mental, que pueden prolongarse afectando la proyección del futuro.
Regresando a esa etapa de mi vida, tengo recuerdos sobre situaciones que creía estar transitando yo sola. Hablándolas, encontrándome con mis pares y analizándome pude entender que son cuestiones que todos pasamos y que, al fin y al cabo, formaron nuestra identidad individual. Si bien esta etapa se atraviesa de distintas maneras y depende cada uno, también es cierto que presenta algunos rasgos generales y comunes en los individuos. En la adolescencia se aprende a lidiar de manera adulta con las emociones, pero primero uno se ve envuelto en un torbellino de dudas, incertidumbres e inquietudes existenciales. Allí aparecen los desafíos que acentúan las personalidades. Se supone que uno está conociendo y probando los diferentes modos de pertenencia grupal, que suelen incluir situaciones de rebeldía y resistencia. Se asumen responsabilidades y se acentúan transiciones de roles. En definitiva, se da una crisis de identidad. Uno está en una búsqueda constante: de personalidad, de definir quién y cómo es, de reconocerse e identificarse en algún modelo. Ya no sos el niño de la casa, pero aún tampoco un adulto plenamente y esto genera vacilación, ansiedad y miedos. Por momento sentís que te tratan como niños y por otros que te exigen como adultos. En ese sentido, se necesita empatía y comprensión por parte de nuestro entorno ya que muchas veces ocurren confrontaciones al querer expresar los cambios repentinos y drásticos que, en la mayoría de los casos, son difíciles de asimilar. Suceden intentos de autoafirmación, el reto de construir un yo diferente al de nuestra familia, incorporar una autonomía tanto intelectual y emocional desapegándonos de nuestros padres y sus pensamientos. Los vínculos sociales también se transforman y uno toma un rol cada vez más activo en ese sentido. Durante la niñez los comportamientos de los niños están controlados de forma externa: familia, escuela, actividades. En cambio, durante la adolescencia el control comienza a ser más interno.
En varias oportunidades escuché a ciertas personas hablar sobre la importancia que tiene la adolescencia en la vida de los seres humanos y estoy completamente de acuerdo, pero… ¿Cómo fue transitarla en Pandemia?
El 3 de marzo de 2020, las rutinas de todos se detuvieron por completo. Pandemia, emergencia sanitaria, aislamiento social preventivo, hisopados, muertes pasaron a ser las palabras más escuchadas. Las personas temían morir como tantas otras que habían sido contagiadas por el virus. La desconfianza, el pánico extremo, el encierro y la distancia hicieron estragos en los lazos humanos. Encierro, ansiedad, violencia, desesperación, incertidumbre, fobias.
La pandemia de Covid tuvo y tiene consecuencias significativas en el bienestar psicosocial de toda la población. El aislamiento, las restricciones de contacto y el desconocimiento sobre el virus impusieron una alteración relevante en el entorno psicosocial de todos.
En esta coyuntura de tanta angustia, indecisión y temores… ¿Qué les sucedió a los jóvenes?
Diferentes estudios en el mundo han investigado sobre la salud mental de los adolescentes en este contexto. El estrés generado por la pandemia trajo problemas como la depresión, el pánico y la ansiedad.
Además, se enfrentaron a otras dificultades como cierre de colegios, cambios en sus hábitos, pérdidas de seres queridos, noticias poco certeras, crisis económica, desequilibrio emocional, sentimientos de soledad, preocupación y malestar.
Según el barómetro de la infancia publicado el año pasado por Unicef, luego de encuestar a más de 8.600 menores de entre 11 y 18 años, se determinó que el Covid fue la principal preocupación para cuatro de cada diez niños.
Es cierto que no a todos nos afectó ni afecta del mismo modo, ni todos tenemos las mismas formas para resolverlo, por ende, cada uno lo transitará de modo particular. De hecho, se ha corroborado que a algunos jóvenes han atravesado la cuarentena con un sentimiento más placentero como aquellas personas que eligen quedarse en sus casas. El no tener que salir o estar con gente les ha dado tranquilidad, en cambio a otros les significó ciertos problemas.
En aquel momento de encierro e incertidumbre por el futuro próximo prevalecían los sentimientos de tristeza y temor porque la duración constantemente se prolongaba. Todo se encontraba sostenido en el tiempo, y en una situación incierta. La detención del tiempo acompañada con desesperanza por el futuro generaba una angustia más persistente.
En mi caso puntualmente,
me tocó transitar la pandemia con 17 años durante mi último año de secundaria. En
ese contexto, lo que más sentía era desgano y desmotivación porque no sabía que
era lo que iba a suceder con toda la expectativa que tenía para ese momento,
una esperanza angustiosa. Aquellas ilusiones sobre las que había proyectado (viaje
y fiesta de egresados, salidas y reuniones con amigos: experiencias de las que
todos hablaban) no pudieron ser disfrutadas. Tenía la sensación de estar sufriendo
una sobre adaptación al encierro y me costaba concentrarme en cosas que antes
no, como leer o escribir. Me resultaba complicado porque eran actividades que
en la “normalidad” anterior lograban despejarme de la rutina. Yo sentía que
estaba en un fin de semana eterno, pero restringido y alejado de mis deseos y
elecciones. Encontraba preocupación en el hecho de no estar generando recuerdos
con mis amigos, sentía que estaba perdiendo tiempo y experiencias que jamás se repetirían
ni recuperarían.
Investigando y
encuestando adolescentes conocidos puede recolectar datos y opiniones que en
ciertos casos se reiteraban. Varías personas coincidían que al
principio se encontraban contentos porque creían que realmente sería algo “pasajero”
al no tener clases durante quince días, pero a medida que avanzaba el tiempo
más se encerraban en sus habitaciones y se adentraban en las redes tratando de
paliar la incertidumbre con herramientas digitales. Eran tiempos de contradicción,
confusión y frustración. En nuestro caso, parecía algo “divertido” porque pensábamos
que se tratarían de un descanso al no ir al colegio, pero luego empezó la
preocupación cuando los días avanzaban y seguíamos sin ver a nuestros amigos. Particularmente
nos sucedió en un momento puntual de cierre de etapa y de aproximación de abrirse
otras: terminar el secundario implica elegir con más independencia tu camino, pero
en ese contexto se dificultaba proyectar. Cuando consulté con mis compañeros, todos
estábamos de acuerdo en algo: carecimos de finalizar de una linda manera todos
esos años que compartimos juntos, algo que es inolvidable y no se repite.
También
han coincidido en que sentía un sentimiento de ahogo y desesperación al no
tener una idea concreta ni una solución para esta crisis mundial. Los días
transcurrían y cada vez se escuchaban noticias peores. Parecía que quedaba
mucho por recorrer en el encierro. Varios presentaban una exigencia productivista:
al no tener rutina ni actividades que realizar se sentían inefectivos.
El tiempo pasaba, pero los días se repetían sin
cesar.
Adentrarnos en los
medios de comunicación con el objetivo de encontrar respuestas y explicaciones
sobre lo que estaba pasando, también generaba pánico por las imágenes
apocalípticas y las cifras que se mostraban. Diariamente, el número de
fallecidos iba escalando. Se hablaba de luchar contra el virus en términos de
guerra.
Si bien algunas
noticias buscaban informar, también generaron efectos irremediables.
Estas fueron algunas de las imágenes que veían e incorporaban los jóvenes:
¿Ahora se comprende la razón por la cuál hay más
consecuencias de las esperadas?
Entre los más jóvenes, los sentimientos de culpa, apatía,
la baja motivación y las inquietudes suponen un alto porcentaje de los
problemas que están viviendo desde que comenzó la crisis sanitaria y hasta la
actualidad.
Para asegurar los datos que rondan sobre las
consecuencias generadas y traerlo más a la realidad y a mi entorno, les realicé
algunas preguntas a una pareja que tienen dos hijos: una niña de nueve años y un
niño de doce.
Me contaban sobre la manera en la que ellos se adaptaron,
acostumbraron y cambiaron hábitos. Se entretenían cocinando, jugando en
internet y conectándose virtualmente con sus amigos. Si bien, en su momento
pudieron sobrellevarlo porque estaban contenidos con sus padres y protegidos en
su casa, ahora pueden observar claramente las secuelas que esto dejó. La niña
de nueve años está atravesando miedos que antes había tapado porque estaba las veinticuatro
horas del día amparada y cuidada en su lugar seguro. Causalmente, sus temores
están relacionados a la muerte. El terror de alejarse de sus padres y, por
ejemplo, ir a un cumpleaños con el miedo de que les pase algo. El niño de doce
años tiene dificultades escolares, que antes no. Se distrae fácilmente por la
falta de cotidianidad y práctica que hubo durante la pandemia.
Si bien esta crónica tiene como objetivo exponer las
consecuencias de un sector afectado por la pandemia, no podría dejar de
mencionar el malestar transitado por los adultos mayores. Por esto, consulté
con un grupo de personas de tercera edad para realizar una recolección de datos.
Es un hecho de público conocimiento que el Covid presenta
una mayor letalidad en personas mayores, lo cual potenció una situación de
miedo prolongado, sumado con la leve respuesta inmunitaria que conlleva a una
reducción en la capacidad de afrontar la crisis. En estos casos se presentó un
cuadro más grave ante el aislamiento y la soledad. El pánico al contagio,
escuchar malas noticias constantemente, la poca movilidad, el deterioro
cognitivo, los sentimientos de ansiedad e irritabilidad emocional. Muchas de
estas consecuencias negativas tienen que ver con haber dejado de realizar
actividades de estimulación cognitiva como talleres o terapias grupales, de
salir y encontrarse con gente o compartir momentos con sus seres queridos.
También se han agudizado enfermedades (ajenas o no al
covid) al no ser atendidas adecuadamente por los médicos especialistas, ya que
los hospitales se encontraban saturados.
Tras un tiempo desde la aparición del virus y la
implementación de medidas (el confinamiento, las limitaciones posteriores y
normas de seguridad para tratar de paliar la propagación) se generó especialmente
en los mayores una sensación desesperanzada. Son varias las personas que
hablaban sobre la lucha contra el cansancio. El cambio drástico en las relaciones
interpersonales fue algo que no colaboró, sus efectos emocionales se ven claramente
afectados. Estar junto a las personas queridas, especialmente en situaciones
dolorosas, en los momentos de final de vida, se han vuelto circunstancias muy
difíciles.
Muchos de ellos han coincidido en que gran parte de su angustia
estaba puesta en los duelos pendientes que pasaron durante el encierro, no
haberse podido despedir de amigos y conocidos. También sus preocupaciones tenían
que ver con la falta de cuidados adecuados, miedo a que el virus afecte a los
hijos y nietos, tener que ir a un hospital colapsado y en el peor de los casos,
a irse sin despedirlos. Lo que muchos necesitaban era acompañamiento, pero con
la distancia entre vínculos sociales que impuso la pandemia, la situación de
soledad que ya era un aspecto común en la vida de muchos, se agravó.
Este escrito ha sido un recorte de la vida misma. Situaciones
a las que nos enfrentamos desde el inicio de la humanidad: guerras, incendios,
accidentes, explosiones, actos terroristas, catástrofes naturales, y pandemias
como en este caso. A veces son provocadas por los humanos, otros son de índole natural.
Pero estos hechos nos hacen ser conscientes de que más allá de la razón, nuestras
sensaciones y emociones prevalecen en nuestro ser.
Agradezco a quienes contribuyeron en esta investigación aportando sus experiencias personales.
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